12 de gener 2008

Article de Joan de Sagarra a La Vanguardia (25 de novembre de 2007)

Diari “La Vanguardia”, 25 de novembre de 2007

Joan de Sagarra

"Quan Barcelona era un prat"

Espai Mallorca es un pequeño oasis situado en el número 55 de la calle del Carme, esquina con la d’en Roig, a pocos metros de la Casbah, es decir de la calle Hospital. Allí suelo detenerme yo algunos miércoles a mediodía, camino de Casa Leopoldo, donde almuerzo con los amigos, y hojeo algunos ejemplares sobre la fauna y la flora de las Illes - me encantan los libros de animales, sobre todos los de pájaros-, y me acerco a la barra a tomarme una copa, mientras contemplo esa rica ensaimada que me tienta pero que ya es algo tarde para zampármela, y me digo que algún día tengo que ir a desayunarme al Espai Mallorca, pero luego no voy, porque me da pereza y antes de las once de la mañana yo no suelo salir de casa, a menos que tenga un entierro o una desagradable conversación con un funcionario de Hacienda.

Pues bien, el pasado martes, a las siete y media de la tarde, me fui al Espai Mallorca, donde se presentaba Mirmanda, una revista de cultura de la Catalunya del norte, "un espai natural que comprèn tot un territori afronterer,de Salses a Figueres, de la Cerdanya al Vallespir o a l’ "Empordà", como se dice en la editorial del primer número de Mirmanda.Me ha invitado al acto Òscar Jané, codirector de la revista con Marie Grau. El señor Jané me ha invitado porque sabe de mi amistad con el filósofo Joan Borrell, fallecido en París hace quince años, y a cuya obra y persona está dedicado el primer número.

Somos una treintena de personas, gente en su mayoría que provienen de la universidad, como el sociólogo Jordi Estivill o el filósofo Jordi Riba, y juraría que todos saben lo que significa el término Mirmanda, al contrario que un montón de muchachos y no tan muchachos de la cultureta local, los cuales jamás han experimentado la tentación de abrir el Canigó de mosén Cinto Verdaguer y encontrarse con la mítica ciudad: "Quan Barcelona era un prat/ Ja Mirmanda era ciutat,/ forts gegants l´an aixecada, que de pedra ab glavi tosch/ quan los veyan dintre ´ l bosch,/ fins los roures tremolavan".

Mirmanda se define como una revista de cultura. "Ni acadèmica, ni local, ni erudita, ni folklòrica... ni tan sols cultural.De cultura. D´una cultura que es reivindica en l´accepció més clàssica, la més universalitzant i la menys etnogràfica". Una revista cuya dirección podría ser Camí de Perpinyà,para dejar claro que el norte no se detiene en esa ciudad, del mismo modo que el sur no se detiene en Barcelona. Una revista escrita "en les llengües del quotidià, català i francès". El bilingüismo de Mirmanda es heterogéneo, sin ninguna voluntad de oficialización ni de paridad: los artículos aparecen en uno u otro idioma, pero no en una doble versión. "La realitat del país és aquesta, la capacitat per dominar dos idiomes, comprendre dos mons, dues cultures, i saber-hi navegar".

El tono me gusta y el número monográfico dedicado a Joan Borrell -o Jean Borreil- les ha salido redondo. Es una excelente ocasión para descubrir, en el caso de que no lo conozcan, al autor de La raison nomade (Payot, 1993), un espíritu libre, transgresor, reacio a la institucionalización del pensamiento y a cualquier academicismo. Un tipo leal, dulce, entrañable, mi amigo Borrell.

Me fui contento del Espai Mallorca, con mi habano en los labios y recitando para mí: "Quan Barcelona era un prat...". Cojo la calle Hospital, camino de la Rambla, una calle Hospital prácticamente a oscuras, iluminada por los faros de los coches, y cuando llego a la altura del Romea, me encuentro la placita del Canonge Colom con dos sombrillas, con unas cuantas mesas ocupadas y sin luces y, cosa curiosa, con estufas, también apagadas. Es la terracita del bar Les 5 Portes, que hay al lado del teatro. Y detrás de esas mesas, al fondo de la placita, la famosa estatua de la actriz Margarida Xirgu, de la que prometieron ocuparse los señores del Romea. Y se han ocupado: la única luz que había la noche del martes en la placita del Canonge Colom era un foco iluminando la horrible estatua de la actriz. Me la quedé mirando y al poco se acercaron tres tipos, uno de ellos tambaleándose, que tomaron asiento al pie de la estatua. Sacaron unas botellas y unas latas de cerveza de una bolsa y cuando se disponían a iniciar el ritual del botellón, al que se tambaleaba se le cayó una botella de licor que fue rodando por el suelo hasta estrellarse y romperse contra unas bicicletas aparcadas a medio metro de la estatua. El tipo no se inmutó, abrió una lata de cerveza y se la fue bebiendo mientras miraba fijamente la botella rota - ninguno de ellos hizo el menor gesto para recoger los cristales- con cara de idiota. "Quan Barcelona era un prat...". Cuando Barcelona era un prado, a buen seguro que debía haber vacas y otros simpáticos animales, pero hoy Barcelona se ha convertido en una mierda de ciudad, donde campan los borrachos y donde uno mea donde le place, como poco después vi mear a un moro en un árbol de la plaza Sant Agustí.

La escena de los borrachos que presencié en la placita del Canonce Colom me ha quitado las ganas de abandonar mi barrio, donde no es que todo sea una maravilla, pero donde me siento más protegido, más cómodo, con la compañía de mis amigos los perros y algunas terrazas donde aprovecho para tomar un poquito de ese sol otoñal, que tanto se agradece, y donde mientras me tomo una copa y me fumo un cigarro me voy leyendo esa media docena de libros que me traje de París.

Libros que cuentan tragedias. Como ese informe de Víctor Zaslavsky sobre la matanza de Katyn, cuando en el mes de abril de 1940 fueron asesinados de un tiro en la nuca 4.100 oficiales del ejército polaco por orden del camarada Stalin. Un informe que se beneficia de los archivos soviéticos que se abrieron en tiempos de Gorbachov y que ahora vuelven a cerrarse por orden de Putin. O ese otro libro de Danny Baz, un oficial del Ejército del Aire israelí, que cuenta como en los años ochenta formó parte de una organización clandestina, La Lechuza, encargada de dar caza a algunos verdugos nazis que seguían en libertad, como el doctor Aribert Heim, más conocido como el doctor la muerte,acusado de ejercer la vivisección con unos miles de judíos y presos republicanos españoles del campo de exterminio de Mauthausen. Danny Baz y sus compinches, hijos o nietos de las víctimas del siniestro doctor, dieron con él, lo sometieron a un juicio clandestino y sumarísimo y se lo cargaron. Suerte que no dice cómo. Vamos, que cada uno se entretiene como puede.