Article de Joan Todó, Revista de Letras, 29 de gener de 2014
Las casualidades, a veces, son más
bellas que reales. Por ejemplo, aquellas que hacen que encontremos dos
libros el mismo día, que los abramos el mismo día, aquél azar que puede
hacernos creer que de esa doble lectura saldrá un determinado diálogo.
El caso es que, de un tiempo a esta parte, oía hablar de ultralocalismo
con una insistencia que parecía perseguirme: una especie de meme que,
las más de las veces, se reduce a una mera consigna, a una cita de Salvador Dalí (citando de manera fantasiosa a Montaigne), o a una referencia a la estación de Perpinyà, sin que se den al respecto muchas más explicaciones. Ya el mismo prefijo, ultra-, rebosa ambigüedad: es tanto aquello que está más allá, o al lado (ultramar) como aquello excesivo, una demasía (ultraviolencia). Y fue acechando esa explicación que un buen día me puse a buscar el libro Ultralocalisme. D’allò local a l’universal,
editado por Òscar Jané i Xavier Serra, sin saber muy bien en qué
sección de la librería buscarlo: ¿Sociología? ¿Filosofía? Y dando
vueltas, antes de encontrarlo en la estantería de ciencias políticas,
cayó en mis manos (ese azar que solo sucede, que yo sepa, en las
librerías físicas) un pequeño libro, Contra(post)modernos, de Fernando R. de la Flor.
Fue como una conjunción astral: el volumen de la editorial Periférica
trataba, entre otras cosas, de lo mismo que el volumen de la editorial
Afers. Y me los llevé los dos. A ver qué pasaba.
Tres lemas, figuras y objetos de pensamiento, centran Contra(post)modernos, tres conceptos ligados en cada caso a un escritor: Miguel Espinosa (¿por qué nadie antes me había hablado de él?) es la Disidencia, Claudio Rodríguez es la Provincia, Antonio Gamoneda la Carencia. Tres objetos obsoletos, marginales dentro del discurso posmoderno, intempestivos, insiste de la Flor, que los activa para ejercer una crítica de éste. Espinosa, Rodríguez y Gamoneda,
entonces, más que objetos de lectura son puntos de vista desde donde
observar el presente. Sucede, sin embargo, que hay malas noticias; y uno
no sabe si empezar por ellas o por las buenas (que también las hay).
Porque la primera impresión es deslumbrante: de la Flor teje un discurso
inteligente, denso pero al mismo tiempo ameno, realmente alternativo,
inevitablemente seductor (de hecho, por su culpa el próximo objeto del
deseo ya es, directamente, Espinosa). Hay pocas novedades: los tres
autores convocados sirven al propósito de cuestionar el consenso
artificial que conocemos como cultura de la Transición, como
globalización o como economía de mercado. Sin embargo, todo está todo
dicho con tal destreza que parece que lo leemos por primera vez.
Pero entonces empieza la lectura atenta, el cotejo de referencias bibliográficas, la relectura de la poesía de Claudio Rodríguez
(porque ese es el capítulo que nos interesa aquí). Se descubren
entonces ciertos tics académicos (de la Flor, al fin y al cabo, es
catedrático): cierto abuso de la jerga, cierta inflación de notas, a
veces innecesarias. Más inquietantes son ciertos rodeos. El hecho de que
a lo largo de cien páginas se nos describa con más precisión qué no es
la Provincia (qué no es lo local) que lo que realmente es, eso no es grave; en realidad, es una constante del discurso sobre lo ultralocal, y justo por eso el concepto parece escurridizo. De la Flor lo dice muy pronto:
“La hegemonía absoluta que hoy tienen en el imaginario las grandes urbes, por un lado, que ya no proveen de sentimientos de pertenencia, y, por otro, la existencia de una espacialidad ilimitada a la que se entrega lo virtual”
La cursiva es mía; porque no puedo leer esa palabra sin recordar que Sloterdijk, en En el mundo interior del capital (libro profusamente citado por de la Flor), afirma que pertenencia
es la palabra clave “de los perdedores del siglo XXI”; unos perdedores,
a los que, en realidad, está dedicado este volumen. Y ciertamente:
contra esa deslocalización, de la Flor propone el anclaje del autor de Don de la ebriedad
en su Zamora natal, su atención a lo físico, a lo concreto. Sucede, sin
embargo, que esa misma descripción que citábamos reaparece unas cuantas
veces; el discurso, a partir de cierto momento, se vuelve casi
circular. Y, entretanto, se habla relativamente poco de la poesía de Claudio Rodríguez.
Mucho más inquietantes son ciertos
errores. En la nota 32, por ejemplo, a partir de un texto principal que
nos habla sobre “el ciberespacio, la nueva ciudad electrónica, las e-villages o e-communities”, se dice: “Tal ciudad ha podido ser calificada también como de ciudad nerviosa, ello por Enrique Vila-Matas” y se añade la referencia bibliográfica correspondiente. Y, sin embargo, cualquiera que haya leído (ni que fuera en diagonal) Desde la ciudad nerviosa habrá podido comprobar que esta no es otra que Barcelona,
la muy física y material Barcelona. En otro lugar se da una referencia
(con el número erróneo) del capítulo sobre lo sublime matemático de la Crítica del juicio de Kant, cuando en realidad se está citando (literalmente) a Sloterdijk (el cual, de hecho, indica claramente, justo en la primera nota de En el mundo interior…, que se refiere al artículo ¿Qué significa orientarse en el pensamiento?, publicado por Kant en 1786).
Todo esto son detalles, es cierto. De hecho, lo más problemático está por llegar. Se trata del número 8 de la revista Iberografías, publicado en 2012, en el cual Fernando R. de la Flor
publicó el artículo “Eduardo Lourenço y el pensamiento de lo glocal”.
Pues bien: casi todo está allí. Frases enteras, adjetivos, citas de
Borges. Incluso la misma cita errónea de Kant. Lo único que cambia es
“Eduardo Lourenço”, en vez de “Claudio Rodríguez” (pero con una
presencia igualmente espectral). Incluso dando por legítima (que lo es)
la reescritura, el palimpsesto, la variación y expansión sobre un texto
ya dado, una pregunta surge entonces: aquello local, aquello que se
caracteriza por su particularidad, por su singularidad, por su
diferencia, ¿puede ser descrito con las mismas palabras aquí y allá?
¿Sirve el mismo texto para Zamora que para Coimbra? Lo que vale para un
sitio, ¿vale para el otro? Y, si es así, ¿qué es lo local, entonces?
Mi lectura del libro, de todas maneras, es intempestiva, como el libro mismo. Porque de la Flor no escribe nunca la palabra ultralocal, aunque más de una vez parece buscarla. Y por mi parte, por leerlo con un ojo puesto en Ultralocalisme…,
un volumen que linda con él sin llegar ni a repetirlo ni a
complementarlo. Y por eso la casualidad de conseguirlos el mismo día es
solo eso, una casualidad, tal vez bella, pero ilusoria. De hecho, hay
que decir que Ultralocalisme… es también un libro con malas
noticias, pero en la medida en que son menos sorprendentes atenúan
considerablemente toda posible decepción. Porque se trata de un volumen
colectivo, de una recopilación de artículos; y eso ya se sabe que suele
dar como resultado volúmenes irregulares, llenos de altibajos. Además,
el concepto central se desdibuja en una pluralidad de aproximaciones,
una constelación fragmentaria, abierta. Y sucede algo inevitable:
puestos a buscar ejemplos ultralocales, puede darse el caso que alguien
no vea ningún interés en el repaso a los diarios digitales valencianos o
los conflictos de los vinateros del Trullars; pero este último es,
justamente, el riesgo (para empezar, de hecho, es el riesgo que corrió Claudio Rodríguez).
Como ya decíamos, parece más fácil decir qué cosa no es ultralocal que definir qué es. Lo dijo una vez el poeta Andreu Subirats:
“L’ultralocalisme (…) s’aparta decididament del localisme i també del
nacionalisme, que no és altra cosa que una versió augmentada o
patriòtica del primer”. Òscar Jané, en el texto inicial del libro que
nos ocupa, prosigue esta reflexión, diferenciando explícitamente lo
ultralocal de “la clausura mental en un espai limitat, arcàdic”. Se
sitúa así en las antípodas de de la Flor. Aquello que Jané rechaza de la
globalización, en realidad, es que sea local: “Un universalisme sense ocultacions, sense bandejaments deformadors, sense imposicions geopolítiques interessades, sense jerarquies massa locals que han estat acríticament acceptades com a non plus ultra de la modernitat cosmopolita”.
El discurso globalizador, el de las grandes urbes y las comunidades
electrónicas, entonces, no sería tanto aquel que pretende borrar la
particularidad, expulsarla a las afueras del discurso, como aquel que,
desde una de esas particularidades, pretende imponerla sobre el resto,
intentando configurar esa particularidad como universal frente a la particularidad local del otro.
Algo que reafirma la acertadísima recuperación, en el volumen de Jané y Serra, de un capítulo de La raison nomade de Jacques Rancière (un capítulo ya publicado en la revista Mirmanda,
revista vinculada al colectivo del mismo nombre que, en definitiva, ha
hecho posible este volumen) dedicado al pensador catalán Joan Borrell,
y que de hecho constituye el punto álgido (a pesar de que, otra mala
noticia, no se nos indique por ninguna parte de quién es la traducción).
Porque allí se afirma rotundamente: “no es pot esperar cap pensament
seriós sobre la comunitat per part dels que es descuiden de quin passat
d’opressió i de colonització és feta la pàtria de l’universal”. Y ahí se
encuentra tal vez uno de los problemas del capítulo sobre la provincia
de Fernando R. de la Flor (capítulo que, todo sea
dicho, es el más flojo de un libro que en la suma de sus partes es mejor
de lo que aquí parecerá); una de las autoridades a las que recurre en
busca de un “pensamiento de la provincia” es Martin Heidegger.
No lo hace, es cierto, sin prevenciones; y sin embargo esa opción por
la particularidad heideggeriana, aquella que llegó a postularse como una
posibilidad de imperio, es cuestionada por Borrell y, con él, por
Rancière, el cual afirma: “No hi ha més comunitat basada en la casa.
Només hi ha singulars, no pas particulars.” (la cursiva es suya). Leída desde aquí, la propuesta de de la Flor se revela como un simple (no ultra-)
localismo. Porque “no hi ha habitants seus i habitants de l’altre, ni
tampoc ciutadans de l’universal i endarrerits del particular. Només hi
ha punts ordinaris de sèries que diferencien la seva posició.” Y, como
mucho, “els cosmopolitismes de fira que prenen cada dia de manera més
clara la cara de l’arrogància neocolonial”.
Tal vez, al fin y al cabo, se trataba de eso.
Joan Todó.
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